En 2007 el Dr. González Trueba introdujo en la literatura científica internacional el concepto de hidrodiversidad, concepto explicado también en 2012 en el Manifiesto para la Protección de las Olas, para hacer referencia a la diversidad natural de la hidrosfera, es decir, la diversidad de elementos naturales del medio acuático.

Así se explicaba como un río, una cascada, un lago, un glaciar, una ola o los océanos, no pertenecen ni a la biodiversidad, ni a la geodiversidad, y no sólo tienen valor como hábitats o soportes de flora y fauna, sino que son elementos naturales singulares y con valor propio, un patrimonio natural. Como tal merecen ser inventariados, gestionados y conservados legalmente para las generaciones futuras.

Dentro de la conservación de la naturaleza, durante décadas la biodiversidad ha sido el objeto central de atención. Flora y fauna han tenido un tratamiento especial por parte de científicos, técnicos, ecologistas y políticos. Sin embargo, en la historia de los primeros espacios naturales protegidos los paisajes y elementos ajenos al mundo biótico tuvieron un especial valor. En E.E.U.U., las cascadas del Niágara no son ni parte de la biodiversidad, ni geodiversidad, no se valora el escalón rocoso, sino el salto de agua, su espectacularidad y valor escénico, y éste es un elemento acuático en movimiento, una parte de la hidrosfera.

En la surf science este concepto puede ser de gran interés para la patrimonialización de las olas, pues justifica científica y técnicamente la necesidad de valorar las olas como parte de la diversidad natural, la del medio acuático, -hidrodiversidad-, y con ello, ser introducidas en los inventarios de patrimonio natural, y en las herramientas y planes de gestión y conservación igual que un bosque, una cascada, un glaciar o una montaña. Las olas además de recurso susceptible de generar grandes beneficios económicos, son un patrimonio.